Normalmente cuando queremos abordar un reto relativamente importante, sea del tipo que sea, suelen aparecer dudas, miedos o inseguridades que casi siempre tienen un origen en nuestro pasado, es decir, malas experiencias, situaciones no cerradas o simplemente, bloqueos emocionales que no supimos gestionar.
Con los años he aprendido, y al menos a mí, que muchos de estos miedos o barreras venían ocasionadas por una mala visión del reto, es decir, una mala definición del objetivo. Vamos a poner unos ejemplos:
El reto de montar una tienda de venta de ropa no es el mismo reto de montar un tienda de marca de ropa.
El reto de viajar a Estados Unidos no es el mismo que ir a Sillicon Valley
El reto de escribir un blog no es el mismo de escribir un libro.
El reto de ser feliz, no es mismo que ser feliz sólo o acompañado.
Y así, todos los retos que queráis. A partir de un reto mal definido, como bien sabéis, la planificación se complica mucho más y los miedos se multiplican, con lo que el final no tiene buen augurio.
En mi caso personal he aprendido lo siguiente:
“La buena definición de una visión es inversamente proporcional al tamaño de las barreras”
Es decir, si tenemos una clara la visión de dónde queremos ir, las barreras que nos encontraremos por el camino serán más bajas y sobretodo, mucho más fáciles de superar. Además, cuando hayan barreras un poco más altas de lo habitual, como la visión será clara, el esfuerzo será mayor y las probabilidades de éxito más altas.
Por esto motivo, debemos dedicar más tiempo a identificar no sólo una buena visión del reto, sino de nosotros mismos, de nuestro YO, pues es quien debe abordar el reto y dónde empieza realmente todo.
Este punto como algunos lectores de #MamutoSapiens sabéis, es la primera inquietud vital que debemos gestionar pues sobre de ella, se construye todo a partir de saber “Quién soy”
